Como un Cuento de Hadas

Antiguo reino en el sudoeste de Alemania, independiente hasta 1918, Baviera es una tierra peculiar. Un simple paseo por la Altstadt de Múnich — el casco antiguo de la ciudad— es suficiente para poder vislumbrar un lugar rico en cultura, un pueblo orgulloso de sus museos y la importancia de aprovechar la vida con una jarra en la mano.

Pero saliendo de la metrópolis, hay un aura que se intensifica. La carretera de los castillos nos lleva a Neuschwanstein, Herrenchiemsee y Linderhof, joyas de la corona de la visión de Ludwig II, un rey que murió dando forma a sus sueños.

Acabamos dominando la Selva Negra, tan densa que la luz raramente pasa por entre las copas de los árboles. Reserve su viaje y venga a descubrir un lugar mágico.



«München Mag Dich!»

A Múnich le gustas: el lema de la ciudad es una afirmación que se siente dondequiera que se vaya. Las personas comparten las largas mesas, bebiendo jarras en compañía de perfectos desconocidos. Se siente en el aire el gemǖtlichkeit: adjetivo sin traducción usado por las gentes del lugar para definir una recepción cálida. Algo entre acogedor y buena gente.

Y es así que, todos los años, la ciudad recibe de brazos abiertos a 6 millones de personas para la Oktoberfest, un festival que dura 16 días entre finales de septiembre e inicios de octubre.

No solo es una de las mayores fiestas del mundo, sino que desempeña un papel importante en el folclore de la región. La cerveza que se bebe aquí está especialmente elaborada para la ocasión, es de color oscuro y más fuerte que la de costumbre.

La taza inaugural se sirve al primer ministro de Baviera, que con un grito declara: "O’ zapft is!". ¡Que empiece la fiesta!

Si no viaja hasta Múnich con la intención de participar en el festival, no se preocupe: hay mucho más además de la cerveza y de los cánticos. Gran parte de la ciudad fue reconstruida después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, pero los monumentos principales permanecieron para la posteridad.

Además de ser un centro importante de la industria automovilística alemana, la ciudad posee un legado arquitectónico prodigioso. Desde el barroco más exuberante en iglesias y palacetes hasta los grandes monumentos neoclásicos de la era de Ludwig I, que soñaba con hacer de Múnich una nueva Atenas.

Imprescindibles son las antiguas residencias de reyes y gobernantes de Baviera.

Como el Residenzmuseum, situado en el centro de la ciudad y que es también el mayor palacio urbano de Alemania. Y también el castillo (y parque) de Nymphenburg, usado sobre todo como residencia de recreo veraniega.

Busque después los monumentos religiosos. Destacan las iglesias católicas de St. Peter y la Frauenkirche,  la catedral, que es uno de los símbolos de la ciudad, con sus cúpulas verdes.

En lo que concierne a los museos, hay que reservar unas horas para el Deutsches Museum, el mayor museo de tecnología y ciencia natural del mundo; el Glyptothek, un acervo de obras de la antigüedad; y el Brandhorst, con ejemplos de arte moderno a partir de 1945.

En el centro histórico, Marienplatz es una de las zonas favoritas de los turistas para pasear entre galerías de arte, mercados de época y artistas callejeros. Las zonas más nobles de comercio son la Ludwigstrasse y la Maximilianstrasse, donde se encontrará con el contraste latente de la ciudad: desde las tiendas de antigüedades a las últimas novedades de la moda.

Y después de todo ello, nada como visitar el Jardín Inglés, uno de los mayores parques urbanos del mundo, perfecto para un paseo sin prisas. Después va a querer probar los biergärten (jardines de cerveza, claro), donde, además de la bebida, se ofrecen tablas de queso, carne asada y otras especialidades locales.
Sueños y castillos

Continuamos nuestro viaje en dirección a los palacios escondidos en las montañas bávaras. El hombre que lo soñó, el rey Ludwig II, heredó de su abuelo, Ludwig I, el gusto por obras de otro mundo.

Durante su reinado desde 1864 hasta 1886, las construcciones extravagantes casi hicieron que el reino entrase en bancarrota. Ludwig llegó a ser declarado loco y, un día antes de su muerte, fue derrocado y hecho prisionero.

Apasionado de las obras del compositor Richard Wagner, de la poesía y de la naturaleza, unió esos elementos para ordenar construir sus tres refugios de fantasía para la realidad. 

La pequeña ciudad de Füssen es el escenario del castillo de Neuschwanstein, «el nuevo cisne de piedra». Si su fachada le es familiar, no es coincidencia: el castillo de la Bella Durmiente y símbolo de Walt Disney se inspiró en esta construcción digna de cuento de hadas.

Además de los lujosos interiores, otra de sus atracciones es la gruta con pequeñas cascadas e iluminación colorida, que transmite la ilusión de estar ante una gruta de estalactitas. Si se encuentra en la zona, vale la pena dar un paseo por el centro histórico de Füssen.

Herrenchiemsee está situado en la mayor isla del lago de Chiemsee, Herreninsel. Con la mayor de sus construcciones, Ludwig II pretendía emular una reconstrucción del Palacio de Versalles, de París.

Hasta los jardines recuerdan a un pequeño Versalles, lleno de fuentes, estatuas que parecen salidas de una ópera de Wagner y espejos de agua. A pesar de que 50 de las 70 salas no han sido acabadas, este castillo es la casa del Museo Ludwig II, lleno de muebles pomposos, esbozos de proyectos y cartas para su compositor y amigo.
Linderhof es la menor de sus construcciones megalómanas. Ubicada en la ciudad de Graswangtal, es también la única terminada en vida del rey.

Detrás del Castillo, la gruta de Venus fue construida entre rocas, especialmente para las actuaciones privadas de las óperas de Wagner. En el centro de la gruta, un barco en forma de góndola descansa en el agua del lago, con un escenario pintado en estilo rococó como telón de fondo.

En el aniversario del rey, en agosto, se celebra un evento conocido como «König – Ludwig – Feuer», un espectáculo de fuegos artificiales que se realiza en la ciudad de Oberammergau. Al final, el hombre intoxicado por los mitos y por las leyendas acabó también por convertirse en una.



Un bosque perdido en el tiempo

Se prolonga en el sudoeste alemán como un cuento de hadas. Es así la región de bosques densos y oscuros que Caperucita Roja atravesó para ir a casa de su abuelita; la tierra de torres altas que guardó a Rapunzel; y sus carreteras son perfectas para albergar el castillo de la Bella Durmiente.

Muchos de los cuentos de los hermanos Grimm del siglo XIX tuvieron lugar en este bosque, acompañado por las orillas del río Rin. En el estado de Baden-Württemberg, está la elegante ciudad de Baden-Baden, rica en casinos y termas para curar todos sus males.

El sendero Westweg empieza en la ciudad de Pforzheim, con un paso obligatorio por el lago Titisee, y terminando en Basilea, Suiza. Entre pinos, cascadas y caminos, este es el destino ideal para caminatas y largos paseos en bicicleta.

Y aunque esté lejos del bullicio de la ciudad, no perderá totalmente la noción del tiempo. El elemento emblemático de la zona es el reloj de cuco, de todos los tamaños y formas. No deje de ver la hora en el mayor reloj de cuco del mundo, con más de 15 m de altura, en Triberg.

Aproveche esta escapada para olvidar los mapas. Conocerá aldeas verdaderamente perdidas en el tiempo, con escenarios que parecen salidos de una película. Friburgo, Lorrach y Furtwangen son algunas de las ciudades pintorescas que merecen una visita. Constituyen la representación del último cuento de hadas de Baviera.

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