Noruega. ¿Existe Realmente Un País Así?

Viajar por Noruega es contradecir la imagen aparentemente de bajo perfil cultivada por el más septentrional de los países escandinavos. Aquí se encuentra una belleza natural como no existe en otro lugar del mundo.

A llegada: Oslo

Una comparación entre los destinos escandinavos, es común que las opiniones cuelgan más fervientemente al encanto de Copenhague, Estocolmo y cosmopolitismo exotismo indefinible Helsinki. Al llegar: Y después está Oslo, la capital de un país rico en petróleo y extremadamente seguro, y la segunda ciudad más cara del mundo en 2014. 

Si es verdad que Oslo tiene alguna fama de gris y cerrada, es innegable que ha cambiado su cara en los últimos años. Además de su subida en el ranking de las ciudades que más crecen en población y negocios, la arquitectura y el diseño han sido las vertientes obvias de este cambio. Se prevé que en 2020 esté completa la renovación llevada a cabo por el Fjord City Project sobre varios kilómetros de zona fluvial, reforzando la conexión histórica con el mar.

La espectacular Opera House (por dentro y por fuera), inaugurada en 2008, es el mejor ejemplo de ese rejuvenecimiento y un referente internacional de la nueva Oslo. No solo posee una extensa oferta cultural, sino que ha mudado la silueta de la ciudad y se ha convertido en un lugar excelente para paseos en días de sol.

Entonces, ¿por qué vale la pena Oslo?

Por muchas razones. Anteriormente conocida como Christiania, viven actualmente más de 600 000 personas en la ciudad que ascendió a capital en 1814, cuando Noruega se independizó de Dinamarca. A pesar de la ambición del Fjord City Project, no se puede decir que Oslo no tenga un carácter marcado. Al fin y al cabo, algunas grandes personalidades de la cultura europea dejaron aquí una marca eterna.

En un lugar privilegiado se encuentra Edvard Munch (1863-1944). La presencia de uno de los mayores pintores del siglo XX se encuentra un poco por todas partes, al estilo de Fernando Pessoa en Lisboa y Kafka en Praga. Museos como el Munchmuseet y el Nasjonalmuseet celebran la pintura fuertemente subordinada a temáticas psíquicas; mientras que el barrio de Grünerløkka, donde Munch vivió su juventud, es actualmente la zona más demandada por artistas y proyectos emergentes.

También el más importante dramaturgo desde Shakespeare tiene honores de museo propio, instalado en la casa en la que pasó los últimos años de su vida. La figura de Henrik Ibsen (1828-1906) se hizo reconocida en las calles de Oslo en los primeros años del siglo XX, al presentarse siempre impecablemente en público con sombrero alto en la cabeza. 

Verdaderamente inusitado es el escenario de esculturas del Parque Vigeland, que atrae a más de un millón de personas todos los años y es uno de los lugares más visitados de toda Noruega. Situada en el distrito de Frogner, en la parte oeste de la ciudad, esta inmensa zona verde presenta la gran obra de la vida del escultor Gustav Vigeland (1869-1943): 212 esculturas de bronce, granito y hierro, como símbolo de la lucha inherente a la condición humana. Difícilmente dejan indiferente a quien visita al parque, sobre todo el obelisco de 14 m.

Oslo es ideal para andar a pie. Un paseo por el centro implicará encontrarse de frente con el edificio del ayuntamiento, en la Rådhusplassen. Enorme e imponente visto desde fuera, allí dentro se encuentran muchos motivos de interés, por los murales del hall que retratan escenas y leyendas de la historia del país, pero también porque es aquí que desde 1990 se entrega el Premio Nobel de la Paz. Se recomienda una visita guiada con reserva previa.

No muy lejos, se avista la fortaleza de Akershus, escenario de varios momentos culturales de la nación desde hace 700 años y panteón de la monarquía noruega. Y después de este viaje por el tiempo, agradecemos un toque de modernidad, por eso ponemos rumbo al barrio y centro histórico de Kvadraturen. En Karl Johans Gate, principal arteria de la ciudad, y en sus inmediaciones es donde más vibra la vida en las tiendas, en los bares, restaurantes y en las galerías.

Antes de poner rumbo a los fiordos, no podemos dejar de ver las reliquias del Museo del Barco Vikingo. Los barcos de Oseberg, Tune y Gokstad, construidos en madera en el siglo IX y que permanecieron ocultos en sepulturas vikingas durante más de 1000 años, son auténticos tesoros que ponen de manifiesto la importancia de Noruega en el patrimonio escandinavo.

En el bosque en 15 minutos

No es exageración. Desde el centro de Oslo hasta las profundidades de la naturaleza llegamos en un instante; de los 450 km² de la ciudad, 242 son zona verde. En verdad, la capital noruega está situada en un fiordo, el Oslofjorden («el fiordo de Oslo», cómo no), que se extiende durante más de 100 km.

Nada extraño, ya que el fiordo es el mayor símbolo natural de Noruega. Pero, al fin y al cabo, ¿qué es un fiordo? Un valle de origen glacial, situado en latitudes próximas a los polos, muy escarpado y con un gran nivel de profundidad debajo del agua. Verdaderas obras de arte de la naturaleza, esculpidas por la erosión glacial, que produce valles en forma de «u». Noruega tiene la mayor concentración del mundo.

Un buen punto de partida para descubrir estos paisajes absolutamente únicos es la ciudad de Bergen, 450 km al oeste de Oslo. En un viaje de varios días a Noruega, el segundo mayor centro urbano del país es un destino inevitable. Encantadora y llena de tradición, la ciudad está intrínsecamente ligada a la cultura del país, que es la tierra natal de otra de sus referencias máximas: el compositor clásico Edvard Grieg (1843-1907).

A partir de aquí, siempre hacia arriba. Y es que las dos principales ciudades, a pesar de estar en latitudes elevadas en comparación con el resto de Europa, están al sur de Noruega. En Bergen, puede subirse a un barco en dirección al colorido Hardangerfjord, o entonces al Sognefjord, el mayor y más profundo fiordo del país. En la región más interior del fiordo, en Luster, busque la iglesia de Urnes. Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1979, es el ejemplo más antiguo de las iglesias medievales escandinavas, construidas en madera (también conocidas como «iglesias stave», de stavkirke) y uno de los legados culturales más importantes de Noruega.

Un poco más al norte, podrá comparar la grandeza de Sognefjord con la belleza también única del fiordo de Geiranger (Geirangerfjord). Y es que si el primero es el mayor, el segundo, también clasificado por la UNESCO nesco como patrimonio mundial, deslumbra con sus cataratas y sus pueblecitos encantadores perdidos entre las montañas. Y posee también la famosa, estrecha y muy sinuosa carretera de Trollstigen, conocida como la «ruta dorada», que recorre los valles a lo largo de más de 100 km. Con la naturaleza en estado bruto como telón de fondo.

Seguimos subiendo en dirección a Tromsø, en busca de las luces del norte. Pero cada rincón es un descubrimiento sorprendente. La pequeña ciudad de Ålesund es excelente para descansar antes de partir rumbo a los fiordos del norte, con un escenario propio de un cuento de hadas: la arquitectura típicamente art nouveau escandinava es abundante y ha pasado a decorar la ciudad tras el gran incendio de 1904. 

En Molde, somos tentados por la experiencia de tomar la Carretera Atlántica que une Kristiansund en una casi interacción con las olas del mar. Y en Trondheim, la tercera mayor ciudad, es imposible no contemplar la catedral gótica de Nidaros, un santuario nacional y la mayor iglesia medieval de Escandinavia.

Bienvenidos al norte

Estamos en la tierra de los fiordos, pero también hay lagos e islas con abundante. La naturaleza que es reina y señora, y el archipiélago de Lofoten se perfila también para abatir algunos récords. A pesar de que nos encontramos ya en el Círculo Polar Ártico, las temperaturas en Lofoten son más suaves que en otras regiones a la misma latitud, debido a la influencia de la corriente del Golfo. Los pequeños pueblos de pescadores de las islas están rodeados de una belleza casi etérea, donde todas las actividades son recomendadas: esquí, safaris, snorkeling, rafting, bicicleta... O simplemente pasear a pie. Si viene entre mayo y agosto, existen puntos privilegiados para contemplar (todavía más) el sol de medianoche.

Si en verano el sol no se pone, en invierno la luz sigue siendo un espectáculo incomparable en tierras noruegas. Las luces del norte, fenómeno conocido científicamente como aurora borealis, son consecuencia del efecto de las partículas electrificadas que permanecen en la atmósfera tras la intensa actividad del sol.

Hemos llegado a Tromsø, «capital del Ártico» y ciudad universitaria europea más al norte en el mapa, situada en una isla y rodeada de montañas. Además de las casas de madera del centro histórico y de una catedral muy original, es uno de los mejores lugares del mundo para contemplar las luces del norte. Tanto en las calles como dentro del planetario de la ciudad.

Y si cree que en Tromsø ya ha alcanzado el pico del mundo, no se equivoque. Los dominios polares del archipiélago de Svalbard están 1000 km más arriba.


A la salida: Oslo

Si le queda todavía algún tiempo libre antes de tomar el avión, Oslo tiene una buena propuesta para quemar los últimos cartuchos de ocio, la torre de esquí de Holmenkollen, situada en una colina con unas vistas deslumbrantes de la ciudad. Aproveche el museo y el restaurante colindantes, para una despedida a lo grande.

Con tantas cosas interesantes rodeándolos puede parecer extraño que los noruegos se muestren tan reservados y contenidos en sus emociones. Eso tal vez se deba a… la Ley de Jante. Un conjunto de principios de modestia y humildad individual que rigen la conducta pública escandinava, descritos por el escritor Aksel Sandemose.

Queda la duda: ¿los noruegos son capaces de aplicar esta ley cuando comparan la belleza de Noruega con el resto del mundo? Pues es posible que el resto del mundo salga perdiendo.

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